El Papa ha escrito una carta al arzobispo de Toledo y a los de la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz en la que confirma que no visitará el santuario de Guadalupe durante este Año Jubilar. «No puedo acudir en persona», pero «me uno a la peregrinación espiritual de muchos fieles que no han podido cumplir su deseo de acercarse al santuario», escribe Francisco en la misiva, que responde a una carta que le mandaron los obispos a finales de mayo.
Ante este «viaje espiritual», el Pontífice propone tres actitudes «cruciales para caminar de la mano de nuestra Madre hacia la morada que nos espera». En primer lugar, habla de la conversión. «Nuestra pequeñez ante el infinito amor de Jesús, nos recuerda que debemos ponernos en camino». ¿Hacia donde? «Cada uno, en su situación, puede dirigir sus pasos al encuentro con Dios, en un sincero acto de arrepentimiento, en la confesión sacramental y en el peregrinaje físico o espiritual que nos lleva al encuentro con nuestro Salvador».
Una vez que el encuentro con Jesús se hace efectivo, «nuestros deseos más íntimos, nuestra oración encuentra desahogo a los pies de la misericordia». Se trata del abandono filial que ha señalado el Santo Padre en segundo lugar. Entonces, «confesamos a Jesús como Señor de nuestras vidas, meditamos y contemplamos como María esa presencia que no nos puede ser arrebatada».
Pero este abandono filial, ha añadido el Papa, «no puede ser una evasión, sino un compromiso con la cruz que el Maestro nos propone, mostrando su carne todavía sufriente en la del hermano».
El último punto, según ha explicado Francisco, más que una actitud es un proyecto de vida: ponerse en camino de la mano de María para llevar a Jesús al mundo. Y de la misma forma que María envolvió a Jesús en su manto y se puso en camino para salvarlo de Herods, nosotros podemos aprender «a ser mantos que envuelven la carne sufriente de Jesús en el duro camino del deiserto, sabiendo que a Quien protegemos, cuidando al pobre y restituyendo así la misericordia de la que somos deudores.
El Papa se despide, como es habitual, impartiendo su bendición apostólica y pidiendo que «no se olviden de rezar por mí».